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Una propuesta de renovación de la pastoral litúrgica

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Desde mi diócesis de Salamanca quiero compartir con todos esta colaboración, en forma de vídeo, a la divulgación de los principios que rigieron la reforma litúrgica y que siguen orientando la renovación subsiguiente.

Los medios audiovisuales actuales son instrumentos que pueden ser muy útiles para comunicar fácilmente información e ideas más o menos complejas. Con este vídeo no aportamos ninguna novedad en cuanto al contenido. Es más bien una humilde tentativa de animar a todos, pastores y fieles, a profundizar en la teología litúrgica, para que la forma de celebrar no dependa de los gustos particulares de cada uno o de su ideología, sino que exprese de la manera más fiel posible la fe de la Iglesia en la forma concreta del Rito Romano.

Este vídeo, como todo, es mejorable, pero con él queremos estimular la producción de otros materiales pedagógicos que, compartidos en las redes, pudieran ayudar a la renovación litúrgica en nuestros ambientes.

El gesto de la extensión de las manos en la oración colecta (y en las demás)

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En la edición del Misal Romano con el texto unificado en lengua española del Ordinario de la Misa, Coeditores litúrgicos, 1993, p. 424, aparece la palabra Oremos señalando luego las distintas terminaciones, y la rúbrica “con las manos extendidas”, sin indicar que han de juntarse al comenzar la conclusión. Tampoco se dice nada en la Ordenación General del Misal Romano, n. 32, p. 38-39, que encabeza esa misma edición del Misal. Pero esta rúbrica de juntar las manos parece que viene de antiguo, pues en el Ritus servandus in celebratione Missae, del Missale Romanum… Barcinone MCMXLVI, p. XXXIII, cuando trata De Oratione, apartado V, leemos: al decir “Oremus, tum extendit manus…”, luego “Cum dicit: Per Dominum nostrum, jungit manus, easque junctas tenet usque ad finem”. Es tan antigua esta rúbrica que ya aparece en la Editio Princeps (1570) del Missale Romanum, como se puede comprobar en la Edizione anastatica, Introduzione e Appendice a cura di Manlio Sodi – Achille Maria Triacca, Città del Vaticano 1998, p. 11. 

Ahora bien, si se consulta el Ordo Missae del Missale Romanum, editio typica tertia, A.D. MMII, p. 510, leemos en la rúbrica que sigue a la invitación

Oremus

Et omnes una cum sacerdote per aliquod temporis spatium in silentio orant.

Tunc sacerdos, manibus extensis, dicit orationem collectam, qua expleta, populus acclamat: Amen.

El mismo texto aparece recogido en el Appendix Missalis Romani. Subsidio del Misal Romano en su edición oficial en lengua española para España según la tercera edición típica latina (2016). Libros Litúrgicos A.D. MMXVI, p. 9.

La traducción de esta rúbrica sigue al pie de la letra el texto latino, solo que añade una coletilla que no aparece en la edición latina, o sea, que la conclusión larga  se ha de hacer “con las manos juntas”. Esta indicación aparece también en la oración sobre las ofrendas y en la de poscomunión, siempre en la edición castellana, no en la latina.

En la IGMR 54 es donde se dice cómo ha de ser la terminación larga (no en el Ordo Missae) y la unión del pueblo a esta súplica haciéndola suya con el Amén

En el Appendix Missalis Romani propone algunos Formularia Missarum y en ellos la oración colecta aparece íntegra, es decir, con la conclusión larga formando parte de ella en sus diversas formas de conclusión (pp. 54ss.), como en la última edición del Libro de la Sede. 

O sea, que ese añadido de juntar las manos en la conclusión no está en la edición latina, la cual da a entender que con el “qua expleta”, se refiere a toda la oración, de la que forma parte decisiva la intercesión del Mediador.

Ignoro si este “añadido” es una creatividad legítima del Misal Romano en español, siguiendo la editio prínceps del Misal Romano de 1570, o está presente también en las demás traducciones en lengua vernácula de la tercera edición típica.  En todo caso, me parece más expresivo el gesto de la extensión de las manos abarcando toda la oración. Más que nada, porque la constitución de liturgia SC 50 pedía que, al revisar el ordinario de la Misa, “se simplifiquen los ritos, conservando con cuidado las sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que con el correr del tiempo se han duplicado o añadido”.  Extender y juntar las manos…, más habría que insistir, creo yo, en lograr que el pueblo de Dios haga oración cuando se le invita a ello.

José María de Miguel González, OSST

 

¡VIVA LOS HÉROES QUE NOS DIERON PATRIA! (José Antonio Goñi)

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Cada año a las 11 de la noche del 15 de septiembre, el presidente de la república mexicana -y los diferentes alcaldes y gobernadores en sus jurisdicciones-, al grito “¡Viva los héroes que nos dieron patria!” conmemora el inicio de la independencia, que tuvo lugar en aquella misma noche de 1810. Enumera seguidamente quienes llevaron a cabo aquella revolución: ¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez!…

Con la muerte de Pedro Farnés, el pasado 24 de marzo ha fallecido uno de los “héroes” que nos dieron “liturgia”. Prácticamente ya no queda vivo ninguno de aquellos padres que llevaron a cabo la renovación litúrgica del siglo XX y redescubrieron el misterio de Cristo celebrado en el culto cristiano.

A la nueva generación de liturgistas nos toca seguir la estela que ellos marcaron. En la dedicatoria que me firmó Cornelio Urtasun en su libro Las oraciones del Misal: escuela de espiritualidad, indicaba: “Nosotros hemos redescubierto la liturgia, ahora os toca a vosotros mostrarle su riqueza al pueblo”.

Y quizá llegue el día en el que tengamos que conmemorar esta renovación llevada a cabo durante el siglo XX. Y cada 4 de diciembre, fecha en la que se promulgó la Constitución de liturgia Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, al grito “Viva los padres que redescubrieron la liturgia”, comenzando por Dom Guéranger, enumeremos a aquellos “héroes” que empeñaron sus vidas por mostrar la verdadera esencia de la liturgia para poder celebrar con su auténtico sentido el culto cristiano.

José Antonio Goñi

¿Y los obispos presentes? (Jaume González Padrós)

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Nuestro tiempo está marcado por la movilidad, y si bien este fenómeno es tan antiguo como el mismo ser humano, sin duda nunca como ahora las posibilidades habían sido tantas para viajar.

Ello tiene también sus pequeñas –o grandes– incidencias en la liturgia, si no en la cuestión misma, sí en su frecuencia. En este flash nos acemos eco de una cuestión menor, pero expresiva, y que la tercera edición de la Institutio detalla. Nos referimos a si hay que nombrar, en la plegaria eucarística, a los obispos presentes en una celebración –presidan o no–, cuando están fuera de su diócesis.

No es extraño escuchar, en estos casos, que el concelebrante a quien se encarga el díptico de la plegaria en cuestión, después de nombrar al Papa y al obispo diocesano, como de costumbre, añade el nombre del obispo que está ahí concelebrando (o presidiendo, si es el caso), con una fórmula que puede sonar más o menos así: «… y con el Obispo N., que nos acompaña, o que nos preside…»). ¿Está bien?

La Institutio nos dice ahora que no. Leemos, después que el texto ha explicado cómo hay que nombrar al obispo diocesano: «En la plegaria eucarística se pueden nombrar al obispo coadjutor y a los auxiliares, pero no a los otros obispos presentes » (núm. 149).

Y, nos preguntamos, ¿por qué? Porque ahora es el momento de hacer explícitos los nombres de aquellos que, en la Iglesia particular donde se celebra la eucaristía, por su ministerio son sacramentos de comunión desde su ser Vicarios de Cristo (cf. Lumen Gentium 27), es decir el Obispo de Roma, que preside en la comunión de la caridad a todas las Iglesias, y el Obispo de la Iglesia local. Es un momento –el de la plegaria eucarística– de alta significación sacramental comunional, y por ello tienen cabida en esta plegaria los nombres de quienes construyen y aseguran esta comunión en la fe.

La posibilidad de nombrar a los obispos que, con el pastor diocesano, asisten a una misma Iglesia (coadjutor, auxiliares), está en la línea de subrayar la sacramentalidad de la Iglesia local.

Y entonces, ¿qué? ¿Hay que dejar al Obispo visitante sin hacer oír su nombre, como si fuese invisible? ¡Claro que no! Esa comunidad celebrante hará muy bien si, en la oración de los fieles, intercede por él y por su Iglesia diocesana (o por la tarea apostólica que tenga encomendada), en perfecta solidaridad eclesial. Este es el lugar en el que debe resonar su nombre, y donde podemos –y debemos– honrar la presencia de este miembro del colegio apostólico en medio de nosotros; aquí, en este momento, y no en la plegaria eucarística. Así nos lo enseña la Institutio, con finura de comprensión eclesiológica.

Un detalle pequeño, dirás, amigo lector… Sí, pero significativo.

También suelen ser pequeñas las piedras preciosas, y sin embargo…

Jaume González Padrós